Ilustración de portada Khaoz Vortexx |
1.-
Se suele
confundir lo oculto con lo inexistente. Se cree que una cosa, por estar
escondida, no debe existir. Esto es falso. El no ser visible a la generalidad
no implica invisibilidad en sí. Algo semejante ha ocurrido con la literatura de
horror en Chile.
Si bien es
cierto, no suele figurar entre las más demandadas en las librerías y, pocas
veces, ha merecido la atención de los críticos (oficio, por lo demás, cada vez más
mediocre y comprometido con las grandes editoriales más que con el público), su
presencia es concreta. Aunque oculta y acechante, la literatura de horror sí
existe en Chile, desde hace más tiempo de lo que se podría creer; y algo no
menor: en el momento actual ¡goza de muy buena salud!
2.-
La literatura
chilena, a pesar de lo novel que es, ha sido capaz de lograr una riqueza de
tendencias impresionante. Esto puede entenderse en países con culturas
centenarias o incluso milenarias como
Francia, las tierras británicas, Rusia o Alemania. Sin embargo, Chile,
joven patria y dotada de una pequeña población, también ha originado una
cantidad de ríos, bifurcaciones temáticas profundas.
¿Obras épicas?
Pues sí, La Araucana. ¿Criollismo?
Mariano Latorre. ¿Literatura marítima?, Salvador Reyes y Francisco Coloane.
¿Vanguardismo? Vicente Huidobro, Juan Emar, Jorge Cáceres. ¿Surrealismo? El
interesante grupo La Mandrágora
(Enrique Gómez Correa, Jorge Cáceres y Braulio Arenas). ¿Poesía social,
combativa? Pablo Neruda, el otro Pablo (De Rokha), Efraín Barquero, Andrés Sabella. ¿Esoterismo?
Miguel Serrano, John Baynes (seudónimo de Darío Salas), Ramasse Radulla. ¿Psicológica? José Donoso, Adolfo
Couve, la profundísima María Luisa Bombal. ¿Literatura moderna y honesta? Roberto
Bolaño. ¿Poesía macabra? Boris
Calderón. ¿Ciencia ficción?, el gran Hugo Correa, Antonio Montero, Sergio
Meier. ¿Policial?, una obra digna del cine: El
socio de Jenaro Prieto, autor que ha de mencionarse junto a Alberto
Edwards, Roberto Ampuero, Díaz Etérovic, entre otros. ¿Literatura lumpen?,
Alfredo Gómez Morel, Luis Rivano, Armando Méndez Carrasco. Y así, cada
tendencia posible de imaginar ha encontrado en este suelo y en esta sal
distintos exponentes, pues Chile es, de alguna manera como la leyenda quiere,
el residuo de lo que le quedó a Dios, luego de haber creado el mundo. El
paisaje nos determina. No puede ser de otra forma. Y este abanico de climas,
parajes, pueblos, desiertos, angostura,
soledad, etc., necesariamente ha de influir en los distintos seres que la han
poblado. Los escritores, al ser más sensibles que el resto de la población, han
sido los reflejos vivos de este Chile-crisol.
3.-
La otra
particularidad de gran parte de la literatura nacional es un humus patético, melancólico y opresor:
gente vestida de negro, parquedad en el lenguaje, frialdad en el trato con el
desconocido. No obstante, también
destaca el imbunchismo (culto a lo
feo en palabras de ese psicólogo social tan notable que fue Joaquín Edwards
Bello), tendencia a los crímenes más crueles, alcoholismo, etc. Pero lo que es
a nivel privado, se manifiesta peor aún en la esfera fiscal. En Chile la
tortura y la violencia por el Estado son históricas: Masacre de la escuela
Santa María de Iquique, matanza de Ránquil, jóvenes asesinados en el Seguro
Obrero, opresión al pueblo mapuche, 1973; y un largo etcétera. Sin embargo, ya viene de antes, mucho antes,
por cierto, y se expresa en las leyendas, en esa lucha del hombre con el
paisaje, con el diablo y con esos seres mitológicos que pueblan nuestro país. Y
es debido a estos elementos donde surge la literatura de horror nacional.
4.-
Sin pretender
realizar un examen completo de lo que ha sido la historia del horror literario en Chile, entregaremos, a
continuación, una serie de materiales que permitan configurarla, a lo menos en
sus aspectos principales.
Hallamos, por
primera vez, algunos elementos de este tipo literario en una narración
periodística que publicara José Victorino Lastarria en que nos habla de «La
cueva del chivato», sitio que en su novela Don Guillermo (1842) usará
como portal dimensional. El chivato será un extraño ser, con aspecto de macho
cabrío, que tomará personas para llevarlas a su caverna. El observador notará
que la mitología chilota también hablará mucho sobre este monstruo relacionado
con el mundo subterráneo. Así, y como se dará frecuentemente en nuestro país,
la riqueza del folklore ayudará a guiar el relato fantástico, otorgándole
materiales de inspiración.
Lastarria
también usa un lenguaje y tópicos propios de la novela gótica: «Viajábamos de
Santiago a Valparaíso: la noche era tenebrosa y fría, el silencio de los campos
de Casablanca sólo era interrumpido por el atronador rodado de nuestro
carruaje…» (El manuscrito del diablo.
Artículo publicado inicialmente en Revista de Santiago, tomo III,
Santiago, 1849).
No obstante,
estos aires macabros en Lastarria tienen una finalidad que no es asustar
directamente al lector, sino más bien realizar una crítica a la sociedad
chilena, a través de notables alegorías.
En un período de
cincuenta años nos costará hallar obras con expresiones de horror.
El gran
cuentista Baldomero Lillo explorará las leyendas y los fantasmas a través de su
relato La chascuda.
Manuel Rojas
otorgará a la literatura chilena una narración extraña que, estimamos, debe
considerarse notable: El hombre de la
rosa. Allí la magia y lo paranormal son objetos centrales, mezcla que logra por la pluma
experta de Rojas una imborrable sensación de horror.
Para nosotros
habrá dos importantes textos que contienen varios cuentos de horror en el pleno
sentido del término: El secreto del
doctor Baloux (1936) de Juan Marín y El
holandés volador (1948) de Ernesto Silva Román. En este último, encontramos
relatos de horror, junto a algunos de Ciencia Ficción y de sátira. La prosa es simple, pero eficaz, y la
temática muy adelantada para lo que se hacía en las letras nacionales. Ha de
destacarse en dicha recopilación La
célula monstruosa y La venganza de
los elementales.
Un caso
singular, no sólo para Chile sino para el mundo, es Boris Calderón (poeta del
grupo de Pablo de Rokha, de trágico sino), autor de una poesía mórbida,
fantástica, de pasión por la amada muerta y mundos tenebrosos. Su obra aún no
es rescatada, lo que sentimos hondamente, dado
que en ella hay mérito suficiente para acercarla a la poesía de Clark
Ashton Smith.
También algo de
su espíritu macabro nos legará Braulio Arenas, en escritos como El castillo de Perth o La endemoniada de Santiago, ambos de
1969.
Hugo Correa, el
más notable escritor chileno de Ciencia Ficción, era un fanático de Lovecraft,
y se inspiró en él en algunos títulos de sus obras (como por ejemplo: Alguien mora en el viento, de 1959; y El que merodea en la lluvia, editado
en 1962, y que de alguna forma recuerda
a El color surgido desde el cielo de
H. P. Lovecraft) como en ciertas ideas como ocurre en el relato Asterión (incluido en Cuando Pilatos se opuso, de 1971) o en
la novela ambientada en el campo chileno Los
ojos del diablo (1972). Su obra Donde
acecha la serpiente (1988) es a nuestro juicio uno de los mejores thrillers escritos, poseedor de
ingredientes eróticos, detectivescos, de horror y surrealistas.
Otro caso noble
y notable es el de Héctor Pinochet de
quien poseemos dos libros dedicados íntegramente a nuestra literatura (El hipódromo de Alicante y otros cuentos
fantásticos, de 1986; y La Casa de
Abadatti y otras ficciones, de 1989). Es para nosotros un escritor de
primera, que ha creado relatos de terror psicológico, únicos y vívidos.
Sería largo
continuar, y, por más que enumerásemos autores, siempre podríamos olvidar a
algunos o no incluir obras que todavía desconocemos, especialmente dado el
pequeño boom que ha tenido este tipo
narrativo en el Chile de la última década. Asumiendo este riesgo, nos
atreveremos a señalar ciertos autores y sus obras: la antología que incluyó a
los ganadores del concurso El cuento
chileno de terror (1986); la
escritora Yolanda Venturini (La Gorgona y
otros relatos fantásticos, de 1989); Historia
personal del miedo de Thomas Harris (1994); Nilas Solano (Relatos chilenos de miedo y neblina, de
1996); las antologías Poliedro (que
desde su nacimiento el año 2006 han incluido siempre relatos de horror); de
alguna forma ciertas ideas en la obra de Jorge Baradit; el reciente libro de
Patricio Alfonso (El clóset de Pandora,
2013); la obra de Aldo Astete Cuadra; algunos relatos nuestros y la
recopilación de artículos que dedicáramos a H. P. Lovecraft; la antología Cuentos chilenos de terror que editara
Norma (2010); parte de la obra de
Antonio Cárdenas Tabies, interesado en el folklore y el horror; Francisco
Ortega y su augural El horror de Berkof
(2011); los escritos gore y de psicokiller de Pablo Espinoza Bardi;
etc.
Mención aparte
merece el cómic El siniestro Doctor
Mortis de Juan Marino, clave de la historieta de horror en nuestro país.
Y junto a estas
piezas del puzle fantástico, ahora ha de incluirse Chile del Terror. Una Antología Ilustrada. Libro que nos convoca.
5.-
En esta
antología hallarán relatos que muestran interesantes aspectos sicológicos
(Javier Maldonado, Pablo Espinoza Bardi); que tratan de oscuros pactos (Paul
Eric); que llevan implícitos brutalidad y venganza (Carlos Páez); textos donde
se nos enseña que los delirios artísticos pueden llevar a la muerte (Eva
Fauna); escritos de ciencia ficción-horror (Fraterno Dracon Saccis);
relatos claustrofóbicos (Aldo Astete Cuadra; Rodrigo Vásquez); cuentos que nos
hablan de viejas y blasfemas deidades (Patricio Alfonso); y algún thriller donde se habla de escritores y
muertes (Jano Moore).
Como se puede
apreciar, estamos frente a un libro-abanico inquietante, un laberinto de
pesadillas eternas, un crisol de horrores. Pero no sólo las temáticas develadas
son las cautivantes, sino también la factura escritural. Veremos estilos muy
diferentes. Hay autores que preferirán la economía de las palabras y otros que
nos invitarán a viajes extensos, donde se desarrolla mejor el suspense. Hay relatos de lenguaje
clásico y otros modernos. Y, sin embargo, en ambos tipos de obras podemos
encontrar ese miedo que constituye aquello que como decía H. P. Lovecraft es
«la emoción más antigua e intensa de la humanidad».
Para crear un
ambiente propicio, esta antología cuenta, además, con ilustraciones que no son inferiores a los mismos relatos.
Los dibujantes han sabido captar lo quintaesencial de éstos. Cada cual con su
técnica ha buscado extraer esa sustancia que habita en esta antología y que
llamamos horror.
6.-
Chile del Terror. Una Antología Ilustrada
constituirá un hito dentro de la historia de la literatura de terror nacional.
La alianza entre escritura y dibujo se muestra eficaz; hay muchas tendencias y
por tanto variedad en los relatos; las temáticas y los estilos en el narrar se
muestran abundantes, etc. Todos estos factores han de destacarse en una obra
colectiva, que recoge a autores de todo el país, descentralizando, ¡por fin!,
el arte narrativo en nuestro país. Y así, en cuanto a los ilustradores All Gore
es de Chillán; Alex Olivares de Iquique; Visceral de La Serena; y Ana Oyanadel
de Santiago.
En cuanto a los
escritores, Pablo Espinoza es de Arica; Fraterno Dracon Saccis de La Serena;
Carlos Páez de Viña del Mar; Jano Moore, Eva Fauna y Patricio Alfonso de
Santiago; Paul Eric de Rancagua, aunque ahora vive en Lima; y Javier Maldonado
de San Antonio. Y no por nada el editor, Aldo Astete, vive en Chiloé, tierra
mágica, donde las leyendas nos hablan de seres fantásticos como el Trauko, el
Invunche, la Llorora, de barcos fantasmas como El Caleuche y de sociedades de
brujos como la Recta Provincia. A él, gran mago, mis felicitaciones como a
todos los artistas literarios e ilustradores que se han reunido para concretar
un edificio de buena arquitectura.
Sergio Fritz Roa
Escritor y estudioso de la literatura
de horror
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