domingo, 23 de marzo de 2014

Chile del Terror, Una antología ilustrada por Sergio Fritz Roa





Ilustración de portada Khaoz Vortexx


1.-

Se suele confundir lo oculto con lo inexistente. Se cree que una cosa, por estar escondida, no debe existir. Esto es falso. El no ser visible a la generalidad no implica invisibilidad en sí. Algo semejante ha ocurrido con la literatura de horror en Chile.

Si bien es cierto, no suele figurar entre las más demandadas en las librerías y, pocas veces, ha merecido la atención de los críticos (oficio, por lo demás, cada vez más mediocre y comprometido con las grandes editoriales más que con el público), su presencia es concreta. Aunque oculta y acechante, la literatura de horror sí existe en Chile, desde hace más tiempo de lo que se podría creer; y algo no menor: en el momento actual ¡goza de muy buena salud!


2.-



La literatura chilena, a pesar de lo novel que es, ha sido capaz de lograr una riqueza de tendencias impresionante. Esto puede entenderse en países con culturas centenarias o incluso milenarias como  Francia, las tierras británicas, Rusia o Alemania. Sin embargo, Chile, joven patria y dotada de una pequeña población, también ha originado una cantidad de ríos, bifurcaciones temáticas profundas.

¿Obras épicas? Pues sí, La Araucana. ¿Criollismo? Mariano Latorre. ¿Literatura marítima?, Salvador Reyes y Francisco Coloane. ¿Vanguardismo? Vicente Huidobro, Juan Emar, Jorge Cáceres. ¿Surrealismo? El interesante grupo La Mandrágora (Enrique Gómez Correa, Jorge Cáceres y Braulio Arenas). ¿Poesía social, combativa? Pablo Neruda, el otro Pablo (De Rokha),  Efraín Barquero, Andrés Sabella. ¿Esoterismo? Miguel Serrano, John Baynes (seudónimo de Darío Salas), Ramasse  Radulla. ¿Psicológica? José Donoso, Adolfo Couve, la profundísima María Luisa Bombal. ¿Literatura moderna y honesta? Roberto Bolaño.   ¿Poesía macabra? Boris Calderón. ¿Ciencia ficción?, el gran Hugo Correa, Antonio Montero, Sergio Meier. ¿Policial?, una obra digna del cine: El socio de Jenaro Prieto, autor que ha de mencionarse junto a Alberto Edwards, Roberto Ampuero, Díaz Etérovic, entre otros. ¿Literatura lumpen?, Alfredo Gómez Morel, Luis Rivano, Armando Méndez Carrasco. Y así, cada tendencia posible de imaginar ha encontrado en este suelo y en esta sal distintos exponentes, pues Chile es, de alguna manera como la leyenda quiere, el residuo de lo que le quedó a Dios, luego de haber creado el mundo. El paisaje nos determina. No puede ser de otra forma. Y este abanico de climas, parajes, pueblos,  desiertos, angostura, soledad, etc., necesariamente ha de influir en los distintos seres que la han poblado. Los escritores, al ser más sensibles que el resto de la población, han sido los reflejos vivos de este Chile-crisol.


3.-



La otra particularidad de gran parte de la literatura nacional es un humus patético, melancólico y opresor: gente vestida de negro, parquedad en el lenguaje, frialdad en el trato con el desconocido. No obstante,  también destaca el imbunchismo (culto a lo feo en palabras de ese psicólogo social tan notable que fue Joaquín Edwards Bello), tendencia a los crímenes más crueles, alcoholismo, etc. Pero lo que es a nivel privado, se manifiesta peor aún en la esfera fiscal. En Chile la tortura y la violencia por el Estado son históricas: Masacre de la escuela Santa María de Iquique, matanza de Ránquil, jóvenes asesinados en el Seguro Obrero, opresión al pueblo mapuche, 1973; y un largo etcétera.  Sin embargo, ya viene de antes, mucho antes, por cierto, y se expresa en las leyendas, en esa lucha del hombre con el paisaje, con el diablo y con esos seres mitológicos que pueblan nuestro país. Y es debido a estos elementos donde surge la literatura de horror nacional.



4.-



Sin pretender realizar un examen completo de lo que ha sido la historia del  horror literario en Chile, entregaremos, a continuación, una serie de materiales que permitan configurarla, a lo menos en sus aspectos principales.

Hallamos, por primera vez, algunos elementos de este tipo literario en una narración periodística que publicara José Victorino Lastarria en que nos habla de «La cueva del chivato», sitio que en su novela Don Guillermo (1842) usará como portal dimensional. El chivato será un extraño ser, con aspecto de macho cabrío, que tomará personas para llevarlas a su caverna. El observador notará que la mitología chilota también hablará mucho sobre este monstruo relacionado con el mundo subterráneo. Así, y como se dará frecuentemente en nuestro país, la riqueza del folklore ayudará a guiar el relato fantástico, otorgándole materiales de inspiración.

Lastarria también usa un lenguaje y tópicos propios de la novela gótica: «Viajábamos de Santiago a Valparaíso: la noche era tenebrosa y fría, el silencio de los campos de Casablanca sólo era interrumpido por el atronador rodado de nuestro carruaje…» (El manuscrito del diablo. Artículo publicado inicialmente en Revista de Santiago, tomo III, Santiago, 1849).

No obstante, estos aires macabros en Lastarria tienen una finalidad que no es asustar directamente al lector, sino más bien realizar una crítica a la sociedad chilena, a través de notables alegorías.

En un período de cincuenta años nos costará hallar obras con expresiones de horror.

El gran cuentista Baldomero Lillo explorará las leyendas y los fantasmas a través de su relato La chascuda.

Manuel Rojas otorgará a la literatura chilena una narración extraña que, estimamos, debe considerarse notable: El hombre de la rosa. Allí la magia y lo paranormal son objetos  centrales, mezcla que logra por la pluma experta de Rojas una imborrable sensación de horror.

Para nosotros habrá dos importantes textos que contienen varios cuentos de horror en el pleno sentido del término: El secreto del doctor Baloux (1936) de Juan Marín y El holandés volador (1948) de Ernesto Silva Román. En este último, encontramos relatos de horror, junto a algunos de Ciencia Ficción y de  sátira. La prosa es simple, pero eficaz, y la temática muy adelantada para lo que se hacía en las letras nacionales. Ha de destacarse en dicha recopilación La célula monstruosa y La venganza de los elementales.

Un caso singular, no sólo para Chile sino para el mundo, es Boris Calderón (poeta del grupo de Pablo de Rokha, de trágico sino), autor de una poesía mórbida, fantástica, de pasión por la amada muerta y mundos tenebrosos. Su obra aún no es rescatada, lo que sentimos hondamente, dado  que en ella hay mérito suficiente para acercarla a la poesía de Clark Ashton Smith.

También algo de su espíritu macabro nos legará Braulio Arenas, en escritos como El castillo de Perth o La endemoniada de Santiago, ambos de 1969.

Hugo Correa, el más notable escritor chileno de Ciencia Ficción, era un fanático de Lovecraft, y se inspiró en él en algunos títulos de sus obras (como por ejemplo: Alguien mora en el viento, de 1959; y El que merodea en la lluvia, editado en  1962, y que de alguna forma recuerda a El color surgido desde el cielo de H. P. Lovecraft) como en ciertas ideas como ocurre en el relato Asterión (incluido en Cuando Pilatos se opuso, de 1971) o en la novela ambientada en el campo chileno Los ojos del diablo (1972). Su obra Donde acecha la serpiente (1988) es a nuestro juicio uno de los mejores thrillers escritos, poseedor de ingredientes eróticos, detectivescos, de horror y surrealistas.

Otro caso noble y notable es el de Héctor  Pinochet de quien poseemos dos libros dedicados íntegramente a nuestra literatura (El hipódromo de Alicante y otros cuentos fantásticos, de 1986; y La Casa de Abadatti y otras ficciones, de 1989). Es para nosotros un escritor de primera, que ha creado relatos de terror psicológico, únicos y vívidos.

Sería largo continuar, y, por más que enumerásemos autores, siempre podríamos olvidar a algunos o no incluir obras que todavía desconocemos, especialmente dado el pequeño boom que ha tenido este tipo narrativo en el Chile de la última década. Asumiendo este riesgo, nos atreveremos a señalar ciertos autores y sus obras: la antología que incluyó a los ganadores del concurso El cuento chileno  de terror (1986); la escritora Yolanda Venturini (La Gorgona y otros relatos fantásticos, de 1989); Historia personal del miedo de Thomas Harris (1994); Nilas Solano (Relatos chilenos de miedo y neblina, de 1996); las antologías Poliedro (que desde su nacimiento el año 2006 han incluido siempre relatos de horror); de alguna forma ciertas ideas en la obra de Jorge Baradit; el reciente libro de Patricio Alfonso (El clóset de Pandora, 2013); la obra de Aldo Astete Cuadra; algunos relatos nuestros y la recopilación de artículos que dedicáramos a H. P. Lovecraft; la antología Cuentos chilenos de terror que editara Norma (2010);  parte de la obra de Antonio Cárdenas Tabies, interesado en el folklore y el horror; Francisco Ortega y su augural El horror de Berkof (2011); los escritos gore y de psicokiller de Pablo Espinoza Bardi; etc.

Mención aparte merece el cómic El siniestro Doctor Mortis de Juan Marino, clave de la historieta de horror en nuestro país.

Y junto a estas piezas del puzle fantástico, ahora ha de incluirse Chile del Terror. Una Antología Ilustrada. Libro que nos convoca.


5.-



En esta antología hallarán relatos que muestran interesantes aspectos sicológicos (Javier Maldonado, Pablo Espinoza Bardi); que tratan de oscuros pactos (Paul Eric); que llevan implícitos brutalidad y venganza (Carlos Páez); textos donde se nos enseña que los delirios artísticos pueden llevar a la muerte (Eva Fauna); escritos de  ciencia  ficción-horror (Fraterno Dracon Saccis); relatos claustrofóbicos (Aldo Astete Cuadra; Rodrigo Vásquez); cuentos que nos hablan de viejas y blasfemas deidades (Patricio Alfonso); y algún thriller donde se habla de escritores y muertes (Jano Moore).

Como se puede apreciar, estamos frente a un libro-abanico inquietante, un laberinto de pesadillas eternas, un crisol de horrores. Pero no sólo las temáticas develadas son las cautivantes, sino también la factura escritural. Veremos estilos muy diferentes. Hay autores que preferirán la economía de las palabras y otros que nos invitarán a viajes extensos, donde se desarrolla mejor el suspense. Hay relatos de lenguaje clásico y otros modernos. Y, sin embargo, en ambos tipos de obras podemos encontrar ese miedo que constituye aquello que como decía H. P. Lovecraft es «la emoción más antigua e intensa de la humanidad».

Para crear un ambiente propicio, esta antología cuenta, además, con ilustraciones  que no son inferiores a los mismos relatos. Los dibujantes han sabido captar lo quintaesencial de éstos. Cada cual con su técnica ha buscado extraer esa sustancia que habita en esta antología y que llamamos horror.


6.-



            Chile del Terror. Una Antología Ilustrada constituirá un hito dentro de la historia de la literatura de terror nacional. La alianza entre escritura y dibujo se muestra eficaz; hay muchas tendencias y por tanto variedad en los relatos; las temáticas y los estilos en el narrar se muestran abundantes, etc. Todos estos factores han de destacarse en una obra colectiva, que recoge a autores de todo el país, descentralizando, ¡por fin!, el arte narrativo en nuestro país. Y así, en cuanto a los ilustradores All Gore es de Chillán; Alex Olivares de Iquique; Visceral de La Serena; y Ana Oyanadel de Santiago.

En cuanto a los escritores, Pablo Espinoza es de Arica; Fraterno Dracon Saccis de La Serena; Carlos Páez de Viña del Mar; Jano Moore, Eva Fauna y Patricio Alfonso de Santiago; Paul Eric de Rancagua, aunque ahora vive en Lima; y Javier Maldonado de San Antonio. Y no por nada el editor, Aldo Astete, vive en Chiloé, tierra mágica, donde las leyendas nos hablan de seres fantásticos como el Trauko, el Invunche, la Llorora, de barcos fantasmas como El Caleuche y de sociedades de brujos como la Recta Provincia. A él, gran mago, mis felicitaciones como a todos los artistas literarios e ilustradores que se han reunido para concretar un edificio de buena arquitectura.



Sergio Fritz Roa

Escritor y estudioso de la literatura de horror

No hay comentarios:

Publicar un comentario